La Glosa Dominical de Germinans

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Reflexión a modo de notas, hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo.


PRESENTE Y FUTURO
Puede parecer extraño, pero pienso que este domingo se puede resumir en dos tiempos verbales: “Si me amáis... observaréis” “Entonces rezaré…y el Padre os dará”…
Se empieza por el presente y acto seguido se abre un futuro que pertenece a Dios. El presente es lo mío (para vivirlo, para hacerlo...) mientras el futuro pertenece a Dios (primero el Hijo, después el Padre). ¿Pero todo esto, concretamente qué significa? Me parece tan evidente como fascinante: a mí se me pide solamente amar a Dios: es únicamente del amor a Dios de donde nace la fidelidad a los mandamientos (si me amáis -AHORA, entonces conseguiréis observar mis mandamientos -FUTURO) Si esto funciona así, entonces la pregunta que se me pone delante no es únicamente si soy o no soy un pecador (de ésta, sé la respuesta: ciertamente lo soy) sino más bien si amo o no amo a Dios.
La fidelidad a los mandamientos nace de la experiencia del amor del Dios acogido, es decir si he entendido que Dios es bueno y quiere mi bien, que no me ha dejado ni me dejará en la estacada ni me dará plantón y que todo lo que me pide lo hace con el propósito de que yo sea feliz. Entonces el que quiere conocer los mandamientos y vivirlos soy yo en primera persona.
Llegados a este punto, una mala pregunta sería preguntar cuáles son estos mandamientos. ¿Acaso los diez dados por Moisés? Pero Jesús dice que son los suyos. ¿Cuáles son los suyos: amar a Dios con todas las fuerzas y a los demás como a ti mismo? Pero sabemos que estos son los dos mandamientos que resumen toda la Ley; y pues no son propiamente de Jesús… Yo sugeriría: amaos los unos a los otros como yo os he amado. (Juan 15,22) Pero no vayamos a creernos que podemos saltarnos los mandamientos alegando que han sido superados por el amor a Dios y al prójimo. Quien no los cumple no está ni siquiera en los mínimos absolutos (al menos, non nocere) de amor a Dios y al prójimo que nos exigen éstos.  
Estas preguntas no son un examen de catecismo bíblico para saber quién conoce más citas, sino la pregunta que te revela lo que piensas de Dios y qué experiencia tienes de Él. ¿Quizás aún estamos en catequesis de primera comunión? Preciosa experiencia que sin embargo se diluye entre los recuerdos de la infancia. ¿Tenemos la idea de un Dios contable que lleva las cuentas de todo: buenas y malas acciones y omisiones de las que nos dará el extracto o nos pedirá, como el policía, si queremos llegar a un acuerdo para pagar un precio reducido en la multa?
Dios es amor. Y quisiera añadir: ¡y basta! Es esto lo que Jesús nos pide: creer en su testimonio sobre el Padre con el don que nos hace de su Vida.
Entonces está claro para qué sirve el Espíritu Santo: es el que me hace entrar en este círculo virtuoso, es el que me calienta el corazón y me hace convertir el cumplimiento de toda obligación en acto de amor. Es el que me hace exclamar: “No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”. Es Aquel que me hace saborear aquella fórmula: “como Yo os he amado”. Es el que me ayuda a leer mi vida y a poder decir: Sí, Señor, eres el que me ha conducido hasta aquí, eres el que me ha salvado. Yo debería recordar, entrando en los adentros del corazón, las experiencias de salvación por las que me ha guiado; de lo contrario, corro el riesgo de creer en la idea de Jesús pero sin tener experiencia de Él.
Es como un pez que se muerde la cola: si Lo amas y ejercitas ese amor cumpliendo sus mandamientos, estás en comunión con Él: porque hemos visto que conseguimos gozar de su Gracia, lo que te abre las puertas del Padre. El Espíritu siempre está en relación con Jesús y su obra, porque me hace comprender lo que Jesús es y lo que ha hecho en mi vida. Abriéndome los ojos podré percibir el amor del Padre. Todo esto a condición de que haya abierto el corazón. Por esta razón afirma que el Espíritu vive con nosotros. Pero después dice que el Espíritu estará dentro de nosotros. Por lo cual hemos de anhelar que lo haga.
En el fondo el esquema presente-futuro se cumple, aunque quizás añadiría alguna cosa del pasado: el Espíritu ahora me abre el corazón y la mente y yo al mismo tiempo reconozco lo que Jesús ha ya hecho por mí, y le digo que sí. En consecuencia me dispondré al infinito de gracia que Jesús me quiere entregar.
Felipe lo escuchaba porque era creíble, es decir había tenido esta experiencia. La epístola dice que debemos estar preparados para dar razón de la esperanza que está en nosotros. Es elemental: si he tenido experiencia, puedo explicar por qué creo en Dios y en su Amor.

Entonces podemos llegar a comprender la afirmación de que nuestra vida se transforma en contacto con Él. Y de que no tenemos que tener miedo ni de vivir ni de sufrir haciendo el bien, porque esto significa que estamos en comunión con Jesús y con el Padre. Y nada ni nadie podrá apartarnos de Dios.
El domingo pasado el Señor nos decía que haríamos cosas grandes porque nos daría el Espíritu Santo: éstas son ya las cosas grandes. Presente y futuro. Nos ha explicado qué hay que hacer: escuchar al Espíritu que nos hace reconocer a Jesús presente en nuestra vida y no huir jamás de ese amor.
Es verdad que se necesita valor para ser feliz: deja que el Espíritu te dé ese valor y esa fuerza. 

Fr. Tomás M. Sanguinetti

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1 comentario

  1. Gracias Fray Tomàs por la Glosa de esta semana.

    La fe cristiana no consiste en un código de normas morales sino en la adhesión a una persona: Cristo. Pero no se trata de una adhesión cualquiera sino la que nace de un amor radical y total hacia él, hasta no querer otra cosa más que su voluntad.

    Ser discípulo de Cristo, es decir, amarlo a él por sobre todo significa obedecer su voluntad por sobre todo; significa obedecer su voluntad, incluso cuando cueste, incluso cuando está en contraste con la voluntad de los hombres, aunque sean el padre, la madre, la mujer, los hijos, los hermanos, los amigos o los poderes de este mundo. Pedro y los apóstoles demostraron amar a Cristo cuando dijeron con valentía ante el tribunal judío que les prohibía predicar a Cristo: "Hay que obedecer a Dios ante que a los hombres" (Hech 5,29). Y la historia demuestra que siguieron predicando, aunque les costara la vida. Esto significa ser cristiano. ¡Qué lejos está de ser un código de normas morales!

    Este es el sentido del criterio que nos da Jesús en el Evangelio de hoy para poder discernir un verdadero amor hacia él. Y lo formula de dos maneras, al comienzo y al final del Evangelio de hoy: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.... el que acoge mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama". Se trata de dos puntos de vista complementarios.

    "Si ma amáis, guardaréis mis mandamientos". El que ama a Jesús observa espontáneamente su voluntad y lo hace con gozo. El que ama a Jesús verdaderamente, encuentra su alegría en hacer su voluntad y nada se lo puede impedir. No lo hace por obligación, sino por el gusto de complacer a Cristo. Incluso se alegra si en ello encuentra dificultad, como ocurrió a los apóstoles: "Después de haberlos azotado, los dejaron libres... Ellos marcharon de la presencia del tribunal contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre" (Hech 5,40.41). Muchas veces conocemos claramente la voluntad de Cristo ante diversas situaciones del mundo moderno; pero nos dejamos atemorizar por la mentalidad imperante, por la crítica de los amigos, por el temor al ridículo y a parecer distintos, y cedemos a la voluntad de otros. En este caso en lugar de obedecer a Cristo, y ser de esta manera libres, caemos esclavos de un tirano sin nombre: el ambiente. Otras veces cedemos porque deseamos complacer a los hombres, deseamos obtener su favor, sus beneficios, su voto... Esto ocurre porque aún no amamos a Cristo suficientemente.

    "El que acoge mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama". Aquí se trata de un criterio propiamente tal. ¿Cómo puedo hacer para saber si yo amo a Cristo y no me dejo ilusionar más bien por un vago sentimiento? Jesús no se deja convencer por vacías profesiones de amor. Le interesa algo concreto. La única demostración de amor que acepta como sincera es el cumplimiento de su voluntad, de sus mandamientos. No importa si no tenemos sentimientos de amor, si no sentimos nada, si sufrimos aridez en nuestro contacto con Dios; eso no significa nada. El único argumento que nos permite reconocer nuestro amor a Cristo es el cumplimiento de sus mandamientos. De lo contrario, si tenemos muchas expresiones sensibles pero no cumplimos la voluntad de Dios, mereceremos esta advertencia: "No el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7,21).

    ¿Cómo podemos conocer la voluntad de Cristo ante las situaciones nuevas que ofrece el mundo moderno, para que cumpliendola, lo amemos? Es preferible responder con las palabras del mismo Cristo. El dijo a los apóstoles y a sus sucesores: "Quien a vosotros escucha, a mi me escucha; quien a vosotros rechaza, a mi me rechaza" (Lc 10,16). Y para hacer operativa esta sentencia, dejó a la Iglesia el Espíritu de la verdad, que le garantiza un magisterio infalible en materias de fe y moral. Obedeciendo a la Iglesia cuando nos expone la voluntad de Dios, obedecemos a Cristo mismo.

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