Canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II

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Nuestro colaborador Fray Tomás María Sanguinetti se encuentra en Roma estos días participando de una peregrinación con motivo de la canonización este domingo de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Por este motivo no ha podido enviarnos su colaboración habitual de los sábados en  la sección "La Glosa Dominical de Germinans Germinabit".

Nosotros aprovechamos esta circunstancia para unirnos a Fray Tomás y a tantos miles y miiles de católicos que participarán este domingo de tan magno acontecimiento. Estos días se ha recordado en todos los medios del mundo la figura de estos dos Pontífices, se han escrito muchas cosas, y difícilmente podemos decir algo que no se haya dicho.

Lo que si que haremos es aportar un video en que se recopilan algunos de los momentos más significativos de ambos Papas, porque siempre unas imágenes valen más que mil palabras y porque en los tiempos de las nuevas tecnologías en que vivimos, los videos reducidos son mucho más atractivos que los largos escritos.

Según la opinión de Romereports.com autora de estos videos, estos son los aspectos o apartados que resumen la vida de estos Santos Padres. De Juan XXIII:  "Tradiciones para la historia", "Cerca de las personas", "Un nombre único", "Buscó la Paz", "Mensajes para todos los hombres", "Renovó la Curia", "Concilio Vaticano II" y "Ecumenismo". De Juan Pablo II: "Un Papa que ríe", "Un Papa deportivo", "Un Papa afectuoso", "La regñina a Ernesto Cardenal", "Perdona a Alí Agca", "Pide perdón", "Sus abrazos", "Viejas amistades" y "Su último mensaje".

Esperamos que el visionado de este video anime a nuestros lectores a expresar su opinión en nuestros comentarios, tanto de las imágenes como  de la vida y obra de tan trascendentales personajes para la vida de la Iglesia de estos últimos tiempos. 



El Directorio de Mayo Floreal
de Germinans Germinabit

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5 comentarios

  1. Gracias por mostrarnos ese reportaje de los dos nuevos Santos.

    Henry Newman apuntó que una de las áreas primordiales de la teología es encontrar palabras que no dividan sino que sumen, que no creen conflicto sino unidad y que no lastimen sino que curen. Renace este deseo en el seno de la Iglesia con la canonización de dos de los pontífices más trascendentes para el catolicismo y su relación con el universo moderno: Juan XXIII y Juan Pablo II.

    El primero, italiano proveniente de una realidad aún rural que se veía avasallada por severos cambios de paradigmas sociales y culturales, Angelo Giuseppe Roncalli, Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II, una experiencia que cimbró la estructura de la Iglesia en su estilo, su práctica y su autopercepción sobre su participación en la misión que le ha sido encomendada. Y cuyo espíritu ha alimentado las fuerzas vivas de la Iglesia en el último medio siglo.

    El segundo, de origen polaco, testigo y sufriente de la transformación política y económica en su nación y en el orbe, Karol Józef Wojtyla, Juan Pablo II, concretó a lo largo de su pontificado modelos de gobierno, evangelización, misión y encuentro con las realidades sociopolíticas. La vigilancia, disciplina, animación y sacrificio del camino elegido para el cristiano como signo de contradicción en el mundo entusiasmó al mundo entero y colocó a la Iglesia católica como un interlocutor indispensable en la búsqueda por la construcción de sociedades humanitarias y libres.

    Juan Pablo II llega a los altares, distinguiendo su experiencia de fe y de pastor en el libro de los santos; sin embargo, para el pueblo el Papa Wojtyla ya era santo y lo exigió así a la Iglesia que sirvió y a su sucesor el Papa Benedicto XVI quien respondió al grito unísono de “¡Santo subito!” concediendo la excepción pontificia para iniciar su proceso de canonización sin esperar los cinco años que prescribe la reglamentación de la Congregación para los Santos.

    Por su parte, Juan XXIII también es inscrito en el Canon de los santos por una concesión pontificia que el Papa Francisco solicitó para eximir del estudio y comprobación de un segundo milagro atribuido a la intercesión del Papa Roncalli, como beato también es reconocido por la comunión anglicana.

    Es innegable que este 27 de abril, domingo de la Divina Misericordia se coloque en el centro al Papa del Concilio, a Juan XXIII “El Bueno” y al Papa Viajero, a Juan Pablo II “El Grande”.

    Puedan estar con su pensamiento y su disposición frente a la necesidad de Dios por el hombre que barbecha la tierra para que Él siembre la eternidad en la humanidad. Ojalá esté san Juan XXIII en su frase: “Miré con mis ojos dentro de los tuyos, puse mi oído junto a tu corazón” y san Juan Pablo II con su convicción sobre que “el futuro inicia hoy, no mañana”.

    La riqueza de la Iglesia está precisamente en la diversidad de sus carismas y en la pluralidad de miras tanto como lo está en la comunión de sus miembros, la certeza de su tarea y la unidad en torno al destino del hombre.

    Esta doble canonización es la certificación que hace la Iglesia de la conclusión del siglo XX y de la apertura que hacemos en el siglo XXI como comunidad renovada en espíritu, misión y desafíos. Ha aparecido un nuevo continente para el hombre -el digital- y los parámetros culturales y sociales han dejado de ser los del siglo de las dos guerras mundiales; hoy las economías no dependen de dos centroides de poder y la polarización del mundo no es entre dos naciones o dos conceptos de sociedad.

    Los desafíos se perfilan en torno al relativismo indolente, la deshumanización de la vida, el individualismo ideológico y la distancia entre el ser y la ficción de ser. Y en esta realidad también habrá santos que caminen con provisiones de fe, esperanza y caridad.

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    1. La homilía del Papa en la misa de hoy duro diez minutos. Fue muy bonita.

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  2. Perdonadme si uso un pseudónimo, aunque muchos de vosotros ya sabréis quién soy. En este caso, no ignoráis que estoy sufriendo una persecución, que me fuerza a no publicar mi nombre, pues puedo perder mucho en el acoso que me están haciendo. Bien, no importa demasiado quién sea, sino lo que quiero deciros.

    Hoy ha sido un día muy feliz, para recordar el gran favor que alcancé de Juan pablo II, porque verdaderamente, intercedió por mí.

    El día 26 de abril de 2005 nació muerta mi hija. Fue para mí un duro golpe, que no pude soportar. Hube de enterrarla estando mi mujer en peligro de muerte, en el hospital. Después de aquello, me asaltaron muy fuertes dudas que minaron mi fe por completo, hasta el punto en que dejé de creer. Fui al confesor a explicarle mi problema, sintiendo una enorme pena por no estar en situación de confesarme. Me recordó un consejo de San Ignacio de Loyola: "En tiempos de tribulación, no hacer mudanza". No podía comulgar, pero necesitaba hacer la Visita al Santísimo y pedirle que me devolviera la fe en Él. Y así lo hacía, aunque vagaba como un muerto viviente, sin otro pensamiento que el de reunirme con mi hija.

    Mi hermano -Buen hermano y buen teólogo- disipó algunas de mis dudas, pero me sentía un desheredado, como si hubiera quedado al margen de la Creación y por esto se me negara procrear. Yo quería volver a ser el de antes, que volviera mi fe, firme como una roca... Pero no creía. Me sentía en el mismo infierno, no lo puedo decir de otra manera.

    Fui a la Concepción de Barcelona, a rezar a la Inmaculada a quien entregamos mi mujer y yo el ramo de bodas, con la petición que le hicimos en aquél momento: "Madre de Dios y madre mía, aún cuando yo te olvide, nunca jamás te olvides de mí". Y estuve allí un rato, sin pensar en nada ni rezar. No sé el motivo, pero no quería irme de allí. Y al cabo de unos minutos, recordé al fallecido Juan Pablo II, por cuya salvación venía rezando desde que murió hasta que perdí la fe. Y recordé que se decía que era "testigo de esperanza".

    Me llegó una idea que podría ser propia, pero que más bien tengo por inspiración: Tres son las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad. No puedo hacer en estos momentos un acto de fe, lo que verdaderamente me ocurre, es que estoy desesperado. He de hacer un acto de esperanza". Sí, esta idea entra en lo común que una persona pueda pensar, pero no en lo que acostumbro a pensar yo. Hablando claro, soy bastante ignorante como para llegar a esta concusión.

    Nunca sabré decir cuánto tiempo pasó, me quedé en blanco y poco a poco, empecé a sentir que me estaba calmando, que algo inundaba mi espíritu. Era la esperanza, que allí me llegó. Armado de ella, volví a creer con más fe que nunca.

    Hoy, día de la Canonización de Juan Pablo II, día de la Divina Misericordia (Por él instituido) y al día siguiente del aniversario de la defunción de mi hija, he asistido al bautizo del hijo de dos queridos amigos, entre los míos. Y en la alegría de la Pascua y de la Resurrección, he celebrado que mi fe también resucitó, que tengo una Iglesia a la que quiero y que me quiere. (Esto último lo descubrí cuando caí enfermo.)

    En el momento de la comunión, cantábamos el "pescador de hombres". No estaba ya en la parroquia sino en el estadio Santiago Bernabéu, recordando cuando lo cantaba con Juan Pablo II. A mis lados, un grupo de alemanes e ingleses respectivamente. Ellos no cantaban al principio, hasta que leyeron en el marcador: "El Papa está cantando en polaco", y empezaron a cantar sus lenguas respectivas. Este recuerdo me ha llevado al conocido milagro de Pentecostés, en que cada uno hablaba una lengua y todos se entendían.

    Así, con toda esta alegría, he visto ingresar a un nuevo cristiano en la Iglesia, sabiendo que mi hija está con Dios. A Él le pido que me lleve con ella, cuando termine mi vida. Y agradezco a mi querido Juan Pablo II el favor referido y tantas enseñanzas como de él recibí.

    Soy Luna.

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  3. EXTRACTO DE LA HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

    En el centro de este domingo, con el que se termina la Octava de Pascua, y que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.

    Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, como hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos: Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).

    Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).

    San Juan XXIII y sanJuan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

    En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. Laesperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

    Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII yJuan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu santo.

    En este servicio al Pueblo de Dios, san Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

    Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

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  4. Gracias por refrescar caracteristicas de los Nuevos Santos: El Papa Juan XXIII y El Papa Juan Pablo II. Al Papa Juan XXIII lo conoci a traves de mi madre, al Papa Juan Pablo II lo segui por TV. Ojala, pueda imitar alguito bonito de estos dos Grandes Santos.

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