La Glosa Dominical de Germinans

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 Reflexión a modo de notas, hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo.


CRISTO DEL GOZO, DE LA ABUNDANCIA Y DE LA LUZ 
El último domingo de marzo está caracterizado, desde hace muchos años, por el hecho de que dormimos una hora menos. El paso a la hora “legal” nos quita sesenta minutos para restituírnoslos de nuevo en el último domingo de octubre. Se habla de ahorro energético, concediendo al sol poderse ocultar una hora más tarde, aunque tanta gente continúa trabajando, divirtiéndose y derrochando energía durante la noche.
Hay, pues, un paso desde el sol a la ley, de lo solar a lo legal. Quizá no es casual que en este domingo escuchemos la narración del ciego de nacimiento donde luz, oscuridad, ley y pecado se alternan en torno a un pobre hombre que sólo había experimentado las tinieblas: había nacido y vivido en el drama de la invidencia.
Imaginémoslo cada mañana, cuando emprendía a tientas el camino hacia el Templo. Cada jornada era similar, era la misma desde sabe Dios los años. Para él el mundo era como lo tocaba. No podía tener parámetros normales. Conocía una cosa, una persona, un ambiente por la forma en que venía a contacto por sus manos. Reconocía los olores, los perfumes, los sonidos, los ruidos. Pero todo estaba en la oscuridad de las tinieblas. El día y la noche no podían ser distinguidos.
Pero hoy Jesús al pasar lo ve. Es el principio de un relato en el que el verbo “ver” es frecuente. Es hermoso percibir que el primero que ve es justamente Jesús. Es él quien ve al ciego de nacimiento: lo mira, lo observa. Esta vez no es el enfermo el que pide ser sanado. La iniciativa es toda de Dios.
En este domingo de “mitad de Cuaresma”, domingo Laetare del gozo, es Jesucristo quien me ve: a mí, que identificándome hoy con el ciego de nacimiento, experimento tantas veces la oscuridad del pecado, del desánimo, del juicio. “Tú naciste lleno de pecado” que es como decir “Sólo haces cosas malas, no hay nada bueno en ti”. Cuántas veces hemos escuchado dentro de nosotros este reproche. Pero hoy también yo escucho la voz de Alguien que me dice algo diferente: “naciste así para que se manifiesten en ti las obras de Dios”
Las manos que frotan con barro los ojos, a pesar de la incomodidad que nos produce, son manos diferentes. Hoy, después de que el domingo pasado me encontrase con Jesús en el pozo de Sicar, debo fiarme de Aquel que me crea de nuevo, debo ir a lavarme con aquella agua que me sacia. ¡Y finalmente veré! Veré porque soy visto con amor por Aquel que no mira las apariencias sino que ve el corazón.
También los fariseos salen a rezar cada mañana: no van a tientas, porque se sienten seguros. Hoy se encuentran con aquel ciego curado; y ellos, privados de toda humanidad, esclavos de la “hora legal”, se enfadan. Los fariseos no soportan el obrar de Jesús.
Intento identificarme también con estos fariseos y desgraciadamente ¡me encuentro en tantas ocasiones entre ellos! Creyente de nombre, pero incapaz de conmoverme por la misericordia y por el gozo que viene del Evangelio. Como dice el Papa Francisco, soy uno más de esos “cristianos de pastelería” viviendo una Cuaresma sin Pascua.
¿En qué parte me coloco hoy? ¿En la parte de aquel que desea ver y es salvado, o en el bando de quien ya cree ver pero sin embargo es ciego como los fariseos? Los fariseos saben de reglas y leyes, pero se olvidan de la vida: son los puros que jamás pierden la cabeza por nada ni por nadie: nunca se conmueven. ¡Qué fácil es ser creyentes sin bondad! Y teólogos, obispos, sacerdotes, feligreses sin bondad. Defensores de la institución pero indiferentes al dolor. Los fariseos miran el Código del Derecho, pero no ven al hombre y su milagro. Ciertamente hay más vida en el grito de un hombre sufriente que en todos los libros.
A pesar de eso, Jesús viene a mi encuentro aunque sea fariseo, para librarme de toda suerte de tinieblas y que sea luz en Él. Me viene al encuentro para preguntarme de nuevo: ¿Tú crees en el Hijo del Hombre? ¿Y quién es, Señor, para que yo crea en Él? “Soy Yo el que te hablo” No Yo el que ves, sino Yo el que te hablo”.
Como el ciego de nacimiento acostumbrado a las voces y a los ruidos, reconoce la Voz: así quiero colocarme yo a la escucha de la Palabra y comprender finalmente la misma invitación a la escucha a la que Dios Padre nos exhortó en el Tabor de la Transfiguración: para abrir los ojos a la Luz, antes hay que abrir los oídos a la Palabra.
Hoy quiero decir de nuevo. “Si, yo creo, Señor”. Y bastará muy poco para que la Luz invada, inunde, sumerja y vivifique todo mi vivir, haciéndome capaz de verdad y de amor. Bastaría que me reconociese ciego, pobre y pecador, necesitado de una salvación que por mí mismo no puedo procurarme. Y que aceptase el milagro de Alguien que me abre los ojos para que pueda verle a Él, y en Él todas las cosas. Y entonces veré más allá de las apariencias, veré lo esencial invisible a los ojos, sembrando ojos nuevos sobre la tierra.
Entonces será domingo de abundancia, domingo de gozo. De esa abundancia del Pan que Cristo mismo nos multiplica y nos concede repartiéndonoslo a través de su Iglesia y que es Él mismo presente en la Eucaristía. (Evangelio de la forma extraordinaria: Juan 6,1-15) Porque la Pascua está cerca…
Que el Señor que curó al ciego de nacimiento pueda hoy “despertar al que duerme y hacerlo resurgir de la muerte”. Entonces Cristo será nuestra Luz. 

Fray Tomás María Sanguinetti

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2 comentarios

  1. Fray Tomás, gracias por esa Glosa, que es una verdadera homilia, al menos para mí.

    En esta imagen de Jesús esta a tu lado, a Él le puedes implorar te ayude en los momentos mas difíciles de tu vida, te escuchara en tus necesidades, confía en el nunca te abandona, pero tu también pon un granito de arena, no le dejes todo el trabajo a Él

    Cristo es la luz del mundo. No es el nombre de ninguna secta. Se trata de la luz verdadera que iluminará el camino de nuestra vida para alcanzar la salvación eterna. Pero cuando los hombres nos empeñamos en ver la “luz” con gafas de madera o simplemente no la aceptamos por soberbia, a Cristo no le queda otra más que respetar nuestra libertad.

    Los fariseos vieron al ciego de nacimiento muchas veces antes de que fuese curado, pues si era mendigo lo más seguro es que estuviese a la puerta del templo. Pero, ¿por qué ahora le echan en cara de que es un farsante? ¿Por qué ahora no ven el milagro venido de Dios por ser realizado en sábado? Por soberbia y orgullo, por no considerarse como lo que realmente son, simples cables cuya función es la de transmitir la palabra de Dios.

    A nosotros también nos puede entrar el pecado de la soberbia si no estamos atentos. Podemos ver signos evidentes de la presencia de Dios, de su amor en nuestra vida y no aceptarlos porque somos más ciegos que el ciego de nacimiento.

    Por eso, hay que estar abiertos a la luz de la verdad que es Cristo y no cegarnos en nuestra soberbia. Aceptar a Cristo, aceptar su amistad y su amor, aceptar la verdad de sus palabras y creer en sus promesas; reconocer que su enseñanza nos conducirá a la felicidad y, finalmente, a la vida eterna.

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  2. Los fariseos saben de reglas y leyes, pero se olvidan de la vida: son los puros que jamás pierden la cabeza por nada ni por nadie: nunca se conmueven... Defensores de la institución pero indiferentes al dolor. Los fariseos miran el Código del Derecho, pero no ven al hombre y su milagro. Ciertamente hay más vida en el grito de un hombre sufriente que en todos los libros.

    Está bien, pero me suena un poco a progre años 1970... El derecho siempre ha necesitado de la equidad, la aplicación de la norma general al caso concreto para impedir la injusticia del rigor de la ley.

    La equidad está reconocida por el art. 3.2 del Código Civil y por el Código Canónico, y en este sentido, si la equidad se sabe aplicar bien, evita el fariseismo y la hipocresía.

    De haber sido equitativos, no habrían contrapuesto el descanso sabático con la sanación en sábado.

    Descansar es sanar; curar en sábado es hacer descansar un cuerpo cansado de enfermedad.

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